No son niños, tampoco adolescentes, quienes aparecen en la foto enfrascados en un juego, que, sin dejar de serlo, tampoco es sólo un juego. Veo jóvenes que están compitiendo, que no sólo están jugando, sino que están jugando a ganar, seguramente cada uno animado por sus seguidores entre los espectadores que les rodean. Jugar a ganar es lo normal, cuando el juego está concebido para ser jugado por dos o más jugadores. Pero para jugar a ganar hay que haber jugado antes mucho por el mero hecho de jugar, es decir, para aprender a jugar, de modo que cuando se llegue a jugar para ganar se respeten estrictamente las reglas, y se sepa ganar y perder.
En los ámbitos de diversas disciplinas -psicología, biología, filosofía, pedagogía… hay coincidencia en cuanto a que la importancia y seriedad del juego es tanta, que puede y debe tenerse como enseñanza de vida, de modo que los juegos en la edad infantil son los primeros pasos para llegar a la edad adulta con la disposición y la disponibilidad personales, intelectuales y emocionales, necesarias, para vivir la vida adulta con la seriedad con la que se tomó el juego infantil, con libertad y responsabilidad.
Los jóvenes de la foto fueron niños que apenas tuvieron juguetes, pero que no por eso dejaron de jugar, pues el jugar es como un instinto. La ausencia de juguetes les facilitó improvisar sus propios juegos con sus propias reglas, pactadas entre ellos, reglas no escritas, que también ellos podrían cambiar, y dar lugar a otro juego distinto.
Todo apunta a que los jóvenes de la foto están inmersos en un juego, que desconozco, pero que seguro que tiene sus reglas establecidas, conocidas por los jugadores y, seguramente también, por la animada concurrencia expectante. Quiero pensar que respetan conscientemente las reglas establecidas, como se ajustaron espontáneamente a las improvisadas por ellos, cuando niños, así como que el perdedor felicite al ganador y este apreciar el gesto, y que los espectadores aplaudan a ambos.
Las nuevas generaciones de niñas, niños y adolescentes en el refugio de los campamentos en Tinduf, tampoco tienen juguetes propios, con los que jugar, pero sí tienen la oportunidad de jugar aprendiendo, no sólo a jugar, sino, y sobre todo a formarse en valores inherentes al juego, en el que “la combinación de curiosidad y el placer es el arma más poderosa del aprendizaje”, según el Francisco Mora, divulgador de la neuroeducación. Es en las bibliotecas Bubisher donde la más menuda población refugiada juega sin darse cuenta de que está jugando, porque tampoco se da cuenta de que está aprendiendo. Es, en realidad, un trabajo infantil remunerado con la sensación placentera de estar descubriéndose a sí mismos, cuando leen o les leen un cuento, y más si representan a alguno de sus personajes. Y en ese proceso de conocimiento de sí mismos van tomando conciencia de la realidad que les rodea, en la que se situarán, cuando adultos, para cambiarla, si no les gusta.
Hay mucho que decir del juego, como vía para llegar a una edad adulta segura y seria, libre y responsable, y mucho está dicho. Entre otras cosas, que no es un lujo, sino una necesidad. Y quiero pensar que los jóvenes de la foto se están haciendo adultos jugando.
Fernando Llorente