EL JARDÍN DE LAS PALABRAS

En el corazón del campamento de refugiados saharauis, entre calles de polvo y tiendas de lona, se alza una pequeña biblioteca azul, concretamente en la wilaya de Auserd. Sus paredes exteriores, castigadas por el sol implacable, resguardan en su interior un tesoro más valioso que el agua fresca en verano: libros cuyas páginas han conocido el roce de incontables dedos curiosos y guardan el secreto de las palabras y de mundos enteros.
Cada tarde, los niños llegaban como pájaros curiosos, atraídos por el aroma del papel viejo y las promesas de aventuras. Entre ellos estaba Minettu, de nueve años, que soñaba con ser capitana de un barco pirata; Mohamed, el más pequeño, quien creía que las historias podían devolverle la sonrisa a su madre; y Abida, la mayor, que hacía de gentil bibliotecaria, transformando las palabras en varitas mágicas al leer en voz alta.
Un día, encontraron un libro peculiar titulado » La energia de las palabras». Sus páginas, casi vacías, solo contenían frases sueltas: «El desierto florece cuando alguien lo cree», «El miedo se disuelve con un cuento antes de dormir». Intrigados, decidieron «regar» el libro con sus propias historias. Minettu inventó un relato sobre un faro que guiaba a los barcos perdidos con versos de poesía. Mohamed dibujó un árbol cuyas hojas eran cartas para los combatientes ausentes.
Con cada palabra añadida, algo extraordinario ocurrió: las plantas junto a la biblioteca brotaban con más fuerza, y el viento llevaba fragmentos de sus cuentos a otras tiendas, donde los adultos cansados sonreían al escucharlos. Antes de finalizar la sesión de lectura, Abida repitió una frase que, cuando ella tenía diez años, una voluntaria del Bubisher les había dicho en un susurro: «Las palabras son semillas. Ustedes están cultivando un nuevo mundo».
Al final del verano, el libro ya no cabía en sus estantes. Se había convertido en un jardín de papel, donde cada historia era una flor. Y aunque el campamento seguía siendo un lugar difícil, los niños habían aprendido que, mientras tuvieran palabras, jamás estarían verdaderamente atrapados.
B.Lehdad.

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