EL FALSO MONJE Y EL NOMBRE DE LA RISA

Soy Adso de Melk, y estoy aquí sentado, escribiendo, en esta abadía benedictina  famosa por su impresionante biblioteca. Mi maestro Guillermo de Baskerville está organizando un cónclave entre los delegados del Papa y los líderes de los franciscanos, en el que se discutirá sobre una supuesta herejía de esta orden, pero, al parecer, se están produciendo una serie de extrañas muertes en la abadía, que el ciego Jorge de Burgos y sus acólitos creen que estaban ya previstas en un pasaje del Apocalipsis.

Vale, es mentira. Soy Najib, un chaval de Smara, y me ha pedido Mina, la bibliotecaria del Bubi, que escriba algo para un seibani español de barba blanca que quiere que hagamos con él no sé qué historia. Y me he dejado llevar por la imaginación. ¿Será ese señor el Jorge de Burgos de la novela? No, no creo. A este escritor que viene por aquí de vez en cuando le gusta mucho la risa, y sus cuentos están llenos de alegría, de besos, de gigantes, de caramelos para los camellos perdidos y de niños amigos de la luna que destilan una mágica luz de plata. No, no puede ser un ciego resentido y huraño como el Jorge ese y, además, nuestro Bubisher no es una abadía medieval oscura con monjes feos y deformes; al contrario, todo es alegría y risa, el otro día estuvimos jugando en la curva con Sumaya, nos pusimos narices de payasos y Selma nos llevó a la daira en un landrover nuevo, y, a la vuelta, Ebnu nos dejó regar el jardín con él. Aquí, en el Bubisher, está prohibida la tristeza y el alegre colorido de las melfas se refleja en nuestras sonrisas y nos parece que el libro volador del dibujo de la pared nos va a llevar también a nosotros por los aires. Mi abuelo ha leído una frases de un tal Coelho que dice que la risa es el fuego que quema las lágrimas. No acabo yo de entenderlo pero me gusta, aunque él me dice que ya creceré y lo entenderé.

Y aquí estoy, muy concentrado, escribiendo; igual le cuento al seibani de la barba blanca lo que dice mi abuelo, que, aunque las cosas vayan mal, siempre hay que sonreír, que eso molesta mucho a esos Jorges gruñones y abusones. Bueno, él no dice molestar, dice otra palabrota, pero como la dice con una sonrisa, no parece una palabrota. Y claro, yo me río. Jódete, Jorge.

Javier Bonet

 

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