EL CERCO DEL TIEMPO

 

Hace unos días (23.5,23), Javier Bonet publicó aquí un texto, titulado con esta pregunta; “¿Qué hace una biblioteca en el desierto?”. El desierto es la hammada, el cerco espacial, en el que pena refugio una parte considerable del pueblo saharaui, desde hace 47 años. Javier responde a la pregunta con la afirmación de que las bibliotecas -las del Bubisher- abren espacios de libertad en las mentes y los corazones de los jóvenes lectores saharauis. Mientras lo iba leyendo, vino a mi memoria la sentencia de “El Abuelo”, de Galdós, que en la película de Garci les dice a sus encantadoras nietas, paseando por un frondoso jardín, y que sólo podría decirse con la solemnidad de Fernando Fernán Gómez: “somos prisioneros del tiempo”.

De los muchos cercos, a los que se han venido, y vienen, resistiendo, los refugiados saharauis -la traición, el éxodo, la guerra, el refugio, la precariedad-, el tiempo es el cerco, que cada día que pasa más extiende su alambrada, como el espacio estrecha más sus límites. Pero es que “los saharauis preferimos dignidad sin futuro a futuro sin dignidad”, como así me dijo un día, el bidani, narrador y poeta, Salma Mohamed Brahim, “Belga”. Orden de prioridades que suena a un fatalismo, que con seguridad no se ha hecho un hueco en los entresijos del ser y el estar de los más jóvenes, para quienes la esperanza de salvar, también, el muro del tiempo, se sostiene, en buena medida, en las alas de papel policromado del Bubisher, que vibran entre sus manos y revolotean en sus corazones. Los pájaros son también prisioneros del tiempo, pero trinan y vuelan a su antojo, porque no lo saben. Los pequeños saharauis, refugiados tampoco deben de ser muy conscientes de que el tiempo que viven no es el suyo, de que 47 años no es mucho tiempo en el transcurrir de la historia, pero que es mucho en la biografía de personas y en el devenir de familias, que sobreviven detrás de las rejas de un tiempo, que transcurre fuera.

En sus Nidos, el Bubisher, pájaro sabio, con la colaboración de los responsables de mantenerlos siempre en vuelo les preparan para que, cuando sean conscientes de que su pueblo es prisionero del tiempo, que otros aprovechan, negándoles su incorporación a la Historia, estén en las mejores condiciones para resistir el agobio de las horas y los días, activadas las alas de la esperanza con la ilusión de volar por encima de ese cerco, que alarga su sufrimiento, el tiempo, en el que sobreviven, prisioneros.

Fernando Llorente

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