EL ÁRBOL DE LOS COLORES


( Un relato nacido en la biblioteca del Bubisher, donde la esperanza florece entre libros y manos pequeñas)

Hay quienes creen, como escribió Calderón de la Barca, que la vida es sueño. Y quizá tengan razón. Todo depende de quién mire… y desde dónde lo haga. Para los niños y niñas del Bubisher, ese pensamiento tiene un eco cierto. Porque si los miras —en medio del polvo del desierto, bajo un cielo inmenso que parece no tener fin— verás que también ellos sueñan, imaginan y crean. Y lo hacen desde un rincón muy especial: la biblioteca del Bubisher.

Allí, aunque no haya columnas de mármol ni techos altos, se alza cada día un refugio construido con libros, risas y abrazos. Entre sus paredes de esperanza se cultiva algo más valioso que cualquier tesoro: el amor por la lectura, el arte y la vida.

Aquella tarde, el sol ya comenzaba a suavizar sus rayos cuando los niños se sentaron en círculo, como lo hacen cada semana, con las manos inquietas y los ojos brillantes. Frente a ellos, las voluntarias y voluntarios les propusieron un nuevo reto: crear un árbol. Pero no uno cualquiera. Este árbol sería suyo, nacería de sus dedos, de sus risas, de sus ganas de imaginar.

Recortaron pedacitos de papel con cuidado: los más pequeños con la lengua asomada en señal de concentración, los más grandes ayudando a quienes apenas sabían manejar las tijeras. Cada cuadradito de color era como una promesa: de vida, de futuro, de belleza en medio de la aridez. Con pegamento, fueron construyendo las hojas. Con cartulina negra, el tronco. Y con pequeños círculos amarillos, aparecieron los pájaros, que parecen cantar entre las ramas.

Ese dibujo no es solo una obra infantil. Es el reflejo de un milagro cotidiano que sucede en el Bubescher. Porque detrás de cada actividad, cada cuento leído, cada dibujo pegado en la pared, hay un ejército invisible de corazones que laten por y para la infancia saharaui. Personas que, con generosidad, cruzan mares, fronteras, o simplemente donan su tiempo, su voz, su abrazo, para que estos niños y niñas se sientan vistos, escuchados, acompañados.

El árbol que sostienen con orgullo en la imagen no tiene raíces en la tierra, sino en el alma. Es un árbol que crece gracias al compromiso silencioso de quienes creen que la educación, el juego y el arte también son formas de resistencia. Un árbol que cobija la memoria, la identidad y el futuro de un pueblo que, aun en el exilio, sigue floreciendo.

Gracias a todas y todos los voluntarios del Bubischer por sembrar luz donde parece no haber más que arena. Ustedes también son parte de ese árbol. Son ramas que abrazan, hojas que protegen y pájaros que enseñan a volar.

 B.Lehdad.

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