DRAMA Y JUEGO

“Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayor parte de la gente existe, eso es todo” (Óscar Wilde)

Complemento la apreciación de Óscar Wilde con la de Ortega y Gasset “la vida es drama”.

Escribió Ortega y Gasset que la vida es drama, por cuanto en ella hacemos y nos pasan cosas, siempre y cuando tengamos conciencia de las cosas, que hacemos y nos pasan. Sin esa conciencia, más que de vida, hablaríamos de un mero estar, de un existir, para emplear el término que opone a la vida, a la que se parece, pero que no es, Óscar Wilde, quien, desde unas posiciones lúdico-estéticas, con mucho de soñadoras, no entiende la vida, sino como disfrute, por más que sufriera tanto, como le hicieron sufrir. En cualquier caso, ambos pensadores, con sus respectivos tonos, coinciden en considerar el vivir en clave vitalista: uno -Ortega- con un componente de racionalidad predominante, que no excluye emociones, sentimientos ni pasiones; el otro, con un sustancioso aliño irracionalista, en el que la emoción, el sentimiento y la pasión son ingredientes principales.

Si este esquemático planteamiento lo aplicamos a los modos de ser y de estar el pueblo saharaui en el mundo, podemos concluir que, como tal pueblo, responde al modelo orteguiano, con el matiz, no insignificante, de que el drama se desliza hacia la tragedia, si de los saharauis, bajo el estado de terror impuesto por el invasor reino de Marruecos en sus ciudades violentamente ocupadas, se trata. Por otro lado, hace 15 años se abrieron en sus vidas unos espacios, en los que su estar en el mundo no se reduce a un insustancial existir, sino a un vivir en un sentido muy aproximado al que quiere Óscar Wilde: las bibliotecas Bubisher, en los campamentos de refugiados saharauis.

En efecto, el pueblo saharaui, como tal, es muy consciente de lo que le pasa, de lo que le viene pasando, desde su aparición en la Historia. También lo es de lo que hace, de lo que viene haciendo, respecto de lo que le pasa. Ni lo que le pasa ni lo que hace es necesario recordarlo aquí, pues quienes lean estas líneas lo saben. Y, sí, el espíritu soñador de Óscar Wilde planea sobre las lecturas, los juegos y tantas actividades creativas, presididas por los principios de libertad y belleza, por los que, sobre todo los niños y los adolescentes, viven felices sin saberlo, mientras van tomando conciencia de lo que le pasa y de lo que hace el pueblo, al que pertenecen, así como de cuanto le hacen sufrir agentes y fuerzas extrañas.

El estar en el mundo, el pueblo saharaui, no es el de un indiferente existir. No es una supervivencia forzada, sin más. Es un vivir el drama, con aprovechamiento de lo que también tiene de lúdico, de bello, de soñadora esperanza. Cuenta con los avales existenciales, tanto de Ortega, como de Óscar Wilde, de los que, con seguridad, la mayoría no sabe quiénes fueron. Ni falta que les hace.

Fernando Llorente

 

 

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