DE LA ESCUELA A LA BIBLIOTECA

Cada mañana, las niñas y los niños saharauis, en el refugio, salen de sus jaimas con un escaso material escolar bajo el brazo, camino de sus escuelas. En ellas les esperan sus maestras y maestros, que les enseñan lo que deben saber para andar por la vida, si un día la vida les abre caminos, que lleven a sus ciudades, ocupadas, que delimitan la inmensidad de su desierto, más allá del cual han encontrado un lugar donde sobrevivir a duras penas, mientras esperan, y puedan aplicar lo aprendido en la escuela, para un mejor vivir individual y colectivo. Ese aprendizaje requiere atención y el esfuerzo de seguir un horario y seguir unas enseñanzas, que exigen unos deberes, que los escolares, mal que bien, cumplen, apoyando sus libros y cuadernos, cuando los tienen, sobre la alfombra, que cubre el suelo de la jaima, de rodillas e inclinando su torso, con el bolígrafo en la mano, hacia el cuaderno, en postura similar a la de un momento del rezo.

Son muchas/muchos las niñas y los niños que fuera de los horarios lectivos, si los bibliobuses no han ido a sus escuelas, acuden a las bibliotecas Bubisher, donde siguen aprendiendo otras cosas y de otro modo. En ellas, la obligada seriedad del aula se transfigura en la alegría de las bibliotecas, donde la repetición y memorización de las lecciones, deja paso a la seriedad del juego, que enseña entreteni9endo, cuando no divirtiendo, y al desarrollo de una imaginación autocreadora de espíritus libres, que las bibliotecarias y bibliotecarios orientan hacia la inmersión en vivencias éticas y estéticas, que despiertan en las niñas y en los niños emociones, capaces de poner bondad y belleza en el medio feo, duro y hostil, en el que habitan.

Fernando Llorente

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