Se han vestido con sus más vistosas melfas, esa prenda que sólo la mujer saharaui sabe llevar con la gracia y elegancia naturales de su persona y su personalidad. Se han vestido para ir de bibliotecas, como también se acicalan las mujeres de cualquier lugar del mundo para ir de tiendas, en busca de ropas y complementos, acordes con sus gustos y necesidades. Y si encuentran alguna oferta apetecible, mejor.
En las bibliotecas Bubisher de sus campamentos, las mujeres saharauis, como toda la población refugiada, encuentran ofertas tan baratas, que no tienen precio. Tienen, sólo, valor. Frente a las estanterías miran y tocan unos productos, que no van a vestir sus cuerpos, ni van a calzar sus pies, ni van a calentar sus manos, ni van a adornar sus dedos, muñecas o cuellos, ni van a poner en sus ojos más belleza, que la mucha que ya llevan puesta, sin necesidad de otra cosa que sus ojos . La oferta de estos establecimientos es cultural, es la de un producto que, salido de una máquina de impresión, antes ha sido preparado con historias inventadas, no por ello menos reales, por escritoras y escritores, en muchos casos acompañadas de ilustraciones, dibujadas por artistas gráficos. Un producto que, a través de los sentidos, y una vez sustituidas las melfas de ir de bibliotecas por la de diario de estar en jaima, revestirá su espíritu de una renovada sensibilidad y de unas perspectivas distintas de la realidad. Las sacará por unos momentos, en las horas tranquilas de la noche, del mundo cerrado, en el que habitan, que no es el suyo, y soñar con el mundo que les pertenece, más allá de traiciones y muros, y despertar con el ánimo reforzado para que no se quede sólo en sueño inducido por la adquisición en su salida de bibliotecas.
Mientras, en la alta noche, tras haber cerrado los ojos, y en el duermevela anidando imágenes sugerentes, en la alta noche, sobre el firmamento las almas del desierto tejen un manto bordado a punto de luz, y el bubisher vela el sueño y los sueños en lo más alto de la jaima, tras haber desplegado sus alas de papel en las manos amorosas de unas lectoras, que se habían ataviado de viernes para ir a su encuentro.
Fernando Llorente