Se llaman Ali, Mohamed, Suadu, MarIam. Ftimetu…pero todos ellos se identifican con Salvatore, aquel niño italiano que creía ciegamente que el cine era pura magia, Y, como Salvatore, abren los ojos como platos y ríen y se emocionan y se encariñan con los personajes de esas historias en movimiento que se proyectan en una pared, en un ordenador o en un teléfono móvil, porque los medios son tan escasos como enorme es su capacidad de disfrutar de estas tardes de película.
Quizás algunos de estos pequeños saharauis, al igual que Salvatore, se conviertan en cineastas y recuerden las tardes en las que en las bibliotecas Bubisher descubrieron la magia del cine.