“Si tienes un jardín y una biblioteca, tienes todo lo que necesitas”, dejó dicho Cicerón hace más de dos mil años. Y si ese jardín y esa biblioteca están en el desierto, entonces sucede un pequeño milagro. En ese milagro están las dos adolescentes de la fotografía. Sombra y sol, hojas contra la piedra blanca. Arriba, en la esquina, un triángulo azul desvía nuestra mirada. Silencio y luz. Eso ven nuestros ojos. ¿Qué estarán viendo ellas? ¿En qué secretos lugares está su corazón? ¿Con quién cabalgan o corren o se recuestan a conversar? ¿Qué voces les susurran al oído? ¿Qué caricias o golpes atraviesan sus manos? Tan cerca y tan lejos la una de la otra. Pienso en el momento en que la chica de blanco deje por un instante el libro sobre la mesa y la muchacha de negro levante la vista. Aún no han regresado del todo y sus miradas sin querer se cruzan. El choque de esos ojos deslumbrados. El vuelo fugaz, quizás, de una mariposa, el tallo verde moviéndose con una brisa repentina. Luego todo vuelve a estar quieto y regresan a sus libros, a su porción de eternidad, al mundo que crece y vive entre sus manos. Allí dentro, en la biblioteca con jardín, se olvidan por un instante de su exilio. Cuando la biblioteca cierre, volverán despacio a sus jaimas caminando por un desierto prestado. El vacío de la hammada contrastará con sus almas llenas. También Cicerón dejó dicho: “No existe ninguna justicia si a cada uno no le está permitido poseer lo suyo.“
Mientras tanto, el jardín y la biblioteca.
Mónica Rodríguez
2 mayo, 2025 en 2025-05-02T19:37:48+00:000000004831202505
«Si hortum in bibliotheca habes, deerit nihil»