Hace sesenta millones de años el desierto del Sáhara estaba cubierto por un mar, el mar de Tetis, que al parecer era en muchas zonas un mar somero. ¡Bonito adjetivo! pues permite a la imaginación de quien lo pronuncie o lo lee, calcular la profundidad más propicia o más temerosa. Para el dinosaurio que en su paseo alimentario dejó su huella en la playa de La Griega en Asturias era somera aquella orilla. Para el tiburón que busca su alimento y su descanso en los fondos, y cuyos dientes se encuentran en el desierto del Sáhara, eran también profundidades someras. Porque, al fin y al cabo, da igual cuánta agua haya por arriba o por abajo si tú tienes la habilidad de transitarla.
Aquí tienes a varios niños de una nación somera. La lámina de agua ha ido desapareciendo y se ha hecho intangible. Pero es navegable con la imaginación y con artefactos como el que han construido. Forman estos niños saharauis parte de una nación virtual de desplazados y refugiados que alcanzaría en el mundo (de reunirse todas las distintas procedencias) la cifra de más de 120 millones de personas.
Ahí les tienes junto al bibliobús-ludoteca del Bubisher. Han construido un Nautilus que tiene su particular varadero entre los libros, en un hueco entre los tejuelos. Artefacto que, por lo tanto, solo podría ser descrito adecuadamente por una bibliotecaria no convencional. Una de las constructoras mantiene dudas sobre la idoneidad de la hélice, pero obviamente harán una evaluación expost tras las pruebas de navegación.
Y como se trata de ir probando, en segundo plano, un animado grupo de ingenieros expertos en resistencia de materiales debaten sobre la posibilidad de dar un nuevo giro a la investigación y convertirlo en otro artefacto propulsable a puntapiés saltarines por la hamada. ¡Con la risa que da cuando no sale como quieres!
Emilio Sánchez Blanco