¿ANDAR O CAMINAR?

Google tiene sus definiciones para todos los gustos; pero cuando la curiosidad es profundamente curiosa, uno pone su imaginación en marcha. ¿“Marchar”? —¿Es sinónimo de andar… y de caminar? Google lo tiene claro: sinónimo de andar.

Pero, pero…

Yo conocí a dos personajes: Jatri y Saleh, beduinos curtidos por el sol, el siroco y años de sequía durante sus etapas de nómadas, allá por Tiris Zemmur, cuando la vida aún les pertenecía y el desierto los mimaba.

Hoy, a pesar de los años, las victorias, las derrotas y los silencios impuestos, todavía se ven cada jueves en la jaima de Lehbib, su viejo compañero de trinchera, herido de gravedad en una de las tantas afrentas contra el ocupante invasor marroquí. Lehbib, aunque ya no puede moverse con facilidad, conserva la lucidez de quien ha visto el alma de la historia desde la línea del frente.

Sin embargo, no es el único lugar donde se encuentran. De vez en cuando, Jatri y Saleh se sientan apoyados en una pared pintada con un mural enorme que escenifica a un pájaro: el Bubisher. Esa pared, por dentro, es la Biblioteca Bubisher, un espacio creado por y para los jóvenes de Smara, donde se aprende sin imponer y se enseña sin imponer. El pájaro, con las alas abiertas y la mirada sabia, no está ahí por casualidad. En la cultura saharaui, el Bubisher es símbolo de suerte, de sabiduría, de buenos augurios en tiempos inciertos.

Jatri siempre dice que el mural “escucha más de lo que parece”.

Mariam, la hija mayor de Lehbib, licenciada en Ciencias de la Educación, acude a menudo al Bubisher de Smara para prestar sus servicios pedagógicos. Allí acompaña a jóvenes voluntarios que atienden la biblioteca, les guía, les escucha, les siembra dudas. Fue también allí donde, una tarde de jueves, escuchó de nuevo a Jatri y a Saleh, sentados bajo el mural, y anotó en su cuaderno lo que aprendió de aquella conversación:

Ese jueves, el tema surgió mientras Jatri preparaba la segunda ronda de té:

—Saleh —dijo, mientras dejaba hervir las hojas—, ¿para caminar hay que andar?

Saleh, que ya no se sorprendía de las preguntas de su amigo, sonrió.

—Depende. En el desierto uno puede andar sin llegar a ninguna parte. Pero para caminar… hay que tener rumbo. Propósito. Aunque no se vea el final.

—Entonces —dijo Jatri—, ¿andar es como existir, pero sin dirección?

—Eso mismo. Los camellos andan. Nosotros… caminábamos, cuando aún teníamos horizonte. Cuando movernos era también resistir.

Jatri miró el fuego y, con tono más bajo, añadió:

—A veces me pregunto si hemos dejado de caminar. Si solo andamos para no morirnos quietos.

Saleh entrecerró los ojos. Su voz se volvió más grave, como si hablara para el tiempo más que para su amigo:

—Por eso la educación es un acto de caminar. Enseñar es dar a alguien el deseo de tener rumbo propio. No decirle por dónde ir, sino ayudarle a hacerse preguntas.

Desde su rincón en la biblioteca, sentada con su cuaderno entre los brazos, Mariam sintió un escalofrío. Pensó en sus clases, en cómo el currículum imponía pasos sin camino, y en cómo los ojos de sus alumnas buscaban más que respuestas.

—Y dime, Saleh —volvió a preguntar Jatri—, ¿qué pasa cuando un pueblo deja de caminar?

Saleh tardó en responder. Se tomó su tiempo, como se toman los sabios para decir lo que importa.

—Entonces queda a merced del viento. Anda donde lo llevan. Sin voz. Sin destino. Y lo peor: sin recuerdo de haber caminado antes.

Jatri sirvió el té. El aroma llenó el aire como un verso antiguo.

—A veces —dijo, mirando la taza— pienso que nosotros ya no caminamos por la tierra, pero caminamos por dentro.

Saleh asintió.

—Y eso basta. Mientras haya alguien que nos escuche, como Mariam… aún hay camino.

Desde su cuaderno, bajo la mirada atenta del mural del Bubisher, Mariam anotó con lágrimas discretas que no sabían si eran de gratitud o de comprensión:

«Hoy, a pesar de años de estudio, aprendí que educar no es llenar de pasos, sino despertar preguntas que empujen a caminar. Que los pueblos no mueren cuando son vencidos, sino cuando dejan de buscar sentido a sus pasos.»

 B. Lehdad.

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