Recuerdo a Amaina corriendo en bañador por las playas de Asturias, soltando esa risa suya que era pan de dios. La recuerdo decir una y otra vez, cuando la animaba a que aprendiera bien castellano para que pudiera venir a España a estudiar: “Yo, Sahara, yo cabras, yo no estudiar”, pero al rato se quedaba pensativa y el viento de mar y el olor a manzanilla silvestre y a hortensias removían sus rizos negros. Ella miraba y miraba y yo no sabía qué estaba viendo. Aquel verdor, aquellas playas nada tenían que ver con la hamada donde vivía, ese desierto de los desiertos, ese infierno argelino, donde estaba su familia y a donde volvería por necesidad y por deseo. Ella es nieta de los exiliados, los que tuvieron que huir del Sahara Occidental ocupado por Marruecos y abandonado por España. Ella no conoció su tierra ni su mar. “Yo, Sahara, yo cabras, yo no estudiar”.
Hace años que no nos vemos. Con trece ya no podía volver a España con el programa Vacaciones en paz. Es refugiada, es cautiva, bonitaterrible palabra. Y allí nos fuimos a verla, mis hijas y yo. Horizontes pedregosos y llanos extendidos bajo el sol desde la ventana de su casa de adobe y el borboteo del té, las telas coloridas de las mujeres, su parloteo amable, tendidas sobre las alfombras. Amaina, envuelta en su melfa, miraba entonces ese vacío de la ventana y yo tampoco, por más que los siguiera, podía saber lo que veían sus ojos.
Las mujeres sustentan la vida de los campamentos, el refugio como exiliadas y el refugio íntimo de las jaimas. Recuerdo a su hermana Leila leyendo el corán en una esquina, sin nada que hacer que no fuera mirar también aquella extensión inacabable de piedra y arena. Ahora, en su campamento, ya tienen un lugar al que acercarse para prolongar esos horizontes hasta otros mundo. La nueva biblioteca del Bubisher, Pilar Bardem, otra mujer luchadora e invicta. Y entonces, un día, recibimos la llamada de Amaina. Habían pasado seis o siete años desde el último verano que estuvo con nosotros en España. “Me voy a Argel, voy a estudiar periodismo”. Y volví a pensar en aquella mirada contra el verdor intenso de Pría, contra la aridez de la hamada y un orgullo íntimo, emocionante me sacudió desde lo más hondo. Ni la injusticia ni la indiferencia ni la escasez ni la pereza habían podido con aquella mirada.
Mónica Rodríguez