ALIMENTOS

A los campamentos de refugiados saharauis llegan alimentos de distintas naturalezas, para satisfacer necesidades, también de distintas índoles, de la población refugiada.

En la primera foto, unas mujeres, en su daira, se hacen cargo del reparto de la parte que les corresponde de productos básicos -en esa ocasión aceite y latas de conservas-, para la nutrición y mantenimiento de sus vidas en unos niveles, que son mínimos, pues en cada remesa las cantidades son más escasas, y no alcanzan para más allá de una precaria supervivencia. Son distribuidos dentro del Programa Mundial de Alimentos, que a todas luces deja ver la desgana, con la que cumple su obligación. Es verdad que las caravanas que, periódicamente, gestionan asociaciones amigas del pueblo saharaui, contribuyen a paliar tanta escasez, sin por ello alcanzar la suficiencia conveniente y necesaria. Pero, mal que bien, estos alimentos, si no fortalecidos, sí mantienen nutridos, por más que en precario, unos cuerpos, que albergan un espíritu de resistencia, con el que sobreponerse entre tantos cercos.

En la segunda foto, un grupo de niños se preparan para el reparto de juguetes, que han llegado a su Barrio, junto con la ayuda alimentaria y sanitaria. No es este, el de los juegos, un alimento con los nutrientes precisos para las necesidades lúdicas de niños y adolescentes refugiados, porque no se dan las condiciones, ni objetivas ni subjetivas, para que los juguetes, que no sean un balón o una bicicleta que, en realidad, no son juguetes, llenen el tiempo libre, que es mucho, y al aire libre. En el interior de las jaimas, a pesar del mucho espacio, apenas pueden cumplir con sus deberes escolares, y los juguetes no les retienen tanto, como para sacarles un rendimiento, que no les motivo.

En los últimos años, también llegan a los campamentos libros. En la tercera foto, un grupo de responsables de las bibliotecas Bubisher se ocupan de conocerlos, para ordenarlos, con el fin de que sean alimento de los espíritus de los niños, adolescentes y jóvenes saharauis, y que su resistencia natural, se vea reforzada por una sensibilidad bien alimentada. Si el valor nutritivo de los juguetes es lúdicamente pobre, el de los libros es rico en psico y socio calorías, por cuando, más que jugar “con” ellos, juegan “en” ellos, incorporándose a sus historias y aventuras, sin perjuicio de que sean creadas por ellos mismos, convertidos en héroes de la vida cotidiana, a la que engrandecen y embellecen, sensibilizados con quienes son y en donde están, así como con la toma de conciencia de que, sin dejar de ser quienes son, pueden y deben estar en otro lugar, que saben es el suyo. Los libros son juguetes, cuyas reglas de juego están abiertas a la imaginación, para que los jóvenes lectores las escriban y las vivan con la libertad que anida en sus corazones, y que, llegado el momento del juego de la verdad, estén lo bastante ejercitados para ganar la partida de la justicia.

La primera y la tercera fotos hacen bueno el consejo clásico “mens sana in corpore sano”, pues contienen alimentos adecuados para mantener el equilibrio, por más que inestable, entre cuerpo y mente en los jóvenes, que se nutren de ellos. Los de la segunda foto son, aquí y ahora, prescindibles.

Fernando Llorente

 

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