
“Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría no podrá morir nunca» (José Hierro)
Mirar la fotografía es ser abducido por la luz que anida en cuatro rostros iluminados por la belleza de las sonrisas de sus ojos, en limpia competencia con la de sus bocas, como si de una suerte de celebración de la felicidad se tratase, a la que están invitados quienes quieran participar de su alegría. Es la alegría de tener delicadamente sostenida entre sus dedos una cría de bubisher, seguramente caída del nido y rescatada, y que, no por ser de cartulina, es menos real, pues en su forma se reúnen todas sus virtudes. Es la alegría de agradecerle con sus cuidados, por más que al símbolo, lo que el bubisher en sus nidos viene haciendo por engrandecer y embellecer sus vidas en un espacio existencial hostil. Es la alegría de saber que, desde que el bubisher se hizo sedentario y habitó entre ellos, no ha dejado de ser fuente de conocimientos y emociones. Es la alegría de haberse encontrado un día con él en su nido para reír, para soñar, para jugar, para aprender, para conocerse, para ver la vida de colores…para resistir con libertad de espíritu la opresión física a la que están sometidos. Es la alegría de sentir vibrar en las yemas de sus dedos el temblor de la cría de bubisher, a punto de volar, recuperado, al nido del que se cayó. Es la alegría de saber que allí les esperará cada día. Es la alegría, que vibra en sus corazones, y que sus sonrisas y miradas comparten con un pueblo, el suyo, que no morirá nunca, por más que quieran matarlo con la triste fuerza de la sinrazón. El bubisher siempre será su pájaro, pequeño, bonito y resistente, de la buena suerte. Dentro y fuera del nido.
Fernando Llorente






