ABRIENDO ESPACIOS: CULTURA SAHARAUI / CULTURA UNIVERSAL

Releo a Eduardo Galeano en su Espejos recordando los muros que se levantaron por todo el mundo, los que cayeron, como el de Berlín, y aquellos de los que no se habla tanto y siguen en pie como el de Cisjordania o las alambradas de Ceuta y Melilla, por no citar el que se levanta y crece en la frontera entre México y EEUU. Poco se habla de ellos…”Y nada, nada de nada, se habla del Muro de Marruecos, que desde hace veinte años perpetúa la ocupación marroquí del Sahara Occidental. Este muro, minado de punta a punta y de punta a punta vigilado por miles de soldados, mide sesenta veces más que el Muro de Berlín. ¿Por qué será que hay muros tan altisonantes y muros tan mudos? ¿Será por los muros de la incomunicación, que los grandes medios de comunicación construyen cada día?”

 

Ante este muro de comunicación, del que tanto hablamos los defensores de la causa saharaui y que no somos capaces de derribar por mucho que chillemos y por muchas piedras que arrojemos, no nos queda otra que actuar como dice Dostoyevski en Memorias del subsuelo, o sea, no podremos romper ese muro con la cabeza, ya que nuestras fuerzas no bastan para ello; pero nos negamos a humillarnos ante ese obstáculo por la única razón de que sea un muro y nosotros no tengamos fuerzas para derribarlo. Y aquí reside, creo yo, la manera en que la causa saharaui, su cultura, su modo de pasar como pueblo por la historia, contribuye de forma poderosa a la cultura universal. Su pacto con la dignidad hace más débil al enemigo, su compromiso con la legalidad le rearma de razón cada vez con más claridad, su resistencia en la adversidad le retroalimenta de energía para seguir resistiendo, y aunque parece que el tiempo corre en su contra, hay ya síntomas de deterioro en esos muros, tanto en el físico, en el de los 2720 kilómetros sembrados de minas, como en el de la información, al que le están empezando a salir serias grietas, especialmente en las redes sociales, y es que, claro, el cemento con el que está construido no es de buena calidad (los intereses económicos ocultos y la mentira no hacen buena mezcla) y en cuanto se rasca un poco con la acción de la verdad y la legalidad, comienza a desmoronarse, a pesar, cierto es, de los continuos lavados de cara con que nos bombardean desde diferentes medios, tanto públicos como privados, especialmente en nuestro país.

Y en ese romper el muro, un curso más, un nuevo octubre, estamos nosotros, las gentes del Bubisher, que hacemos nuestra lucha con la educación, el arma de construcción masiva más potente, y ésta la podría encontrar cualquiera de aquel trío de las Azores de infame recuerdo; cada charla que damos en los colegios tiene más fuerza que cien misiles, cada libro que se lee en los nidos de los campamentos equivale a diez minas antipersona, cada reunión de mujeres que se celebra en nuestras bibliotecas le da más alas a los Derechos Humanos que treinta discursos plagados de mentiras de nuestros gobernantes, cada cuento de kamishibai que se oye en las escuelas encierra más ternura que todas las buenas intenciones del “progresista” Instituto Cervantes.

Por ahí ha de ir la aportación de la cultura saharaui a la cultura universal, y nosotros, desde nuestro modesto quehacer, la seguiremos acompañando: hemos de minar ese muro y demostrar al mundo entero, en especial al occidental en el que vivimos, que no todo vale, que no todo se disculpa con la geopolítica o la realpolitik, que a un pueblo noble, valiente y defensor de lo suyo como el saharaui no se le puede encerrar con muros de arena y minas, ni callar con muros de silencio: hasta los muros más compactos se desmoronan y si aparecen huecos donde se cuelan ideas, verdades y esperanzas, no se pueden ni imaginar que el Bubisher también pone allí sus nidos y sus peso contribuye mucho a que se vayan deteriorando y, al final, caigan.

Tremenda arma de destrucción de muros es este pájaro.

Javier Bonet

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