Necesitamos los abrazos como medicina para el ánimo. Porque cada abrazo es un bálsamo contra la tristeza, una pastilla que calma la soledad, una inyección de energía, una transfusión de cariño.

Necesitamos los abrazos de la familia, de los amigos, de los niños y de los ancianos, de todos los que nos hacen sentir que merece la pena sonreírle a la vida.

Necesitamos recuperar los abrazos que no estamos pudiendo dar, porque un monstruo invisible nos obliga a mantenernos alejados, los que queremos dar a los niños y niñas saharauis que son nuestros hijos, hermanos y amigos, a los que llevamos tanto tiempo sin poder estrechar en nuestros brazos.

Necesitamos esos abrazos que, en nombre de todos y para todos, nos envían en imágenes desde los campamentos.

Necesitamos los abrazos, porque, como dijo Fito Páez, “al final lo que queda es abrazarse, confiar en el otro, amar y dejarse amar en medio de la balacera que es la vida.”