
En los campamentos saharauis, donde la vida se sostiene entre el polvo del desierto y la esperanza de un futuro mejor, las bibliotecas Bubisher se han convertido en oasis de luz para los niños y jóvenes refugiados.En ellas, los libros abren ventanas hacia otros mundos, hacia otras posibilidades. No solo enseñan a leer y escribir, sino a imaginar, cuestionar, soñar y construir.
Porque un niño refugiado que lee no solo aprende palabras sino que aprende a pensar y a ser libre.Estas bibliotecas siembran algo más que conocimiento; siembran dignidad, curiosidad y autoestima. Son espacios donde los pequeños pueden crecer sanos, salvos, cultos y, por tanto, libres.
El ser humano nace con todos los dones posibles, con la capacidad de crear, sentir, entender y amar. Pero esas potencialidades necesitan alimento. Y ese alimento, espiritual, emocional y cultural, lo ofrecen los libros, los cuentos y las historias compartidas.
Un niño o una niña, mientras crece física y psíquicamente, va descubriendo lo que llamamos “lo bueno y lo malo”.Y es en ese proceso donde la lectura y la educación ejercen su poder más silencioso y transformador: formar conciencia, despertar empatía y fortalecer el espíritu crítico.
Así, las bibliotecas Bubisher no son solo lugares donde se guardan libros, sino fábricas de futuro, refugios del alma y escuelas de libertad. Allí, los niños saharauis aprenden que la cultura también es una forma de resistencia, y que leer es una manera de seguir caminando, aunque el desierto de la Hamada parezca no tener fin.
B.Lehdad.






