
Febrero, ese mes breve pero lleno de vida, que llega entre el frío del invierno y la promesa de la primavera. A menudo, lo asociamos con el amor, con el Día de San Valentín, pero yo esta vez, lo quiero asociar con el Carnaval.
El carnaval es una celebración que, a lo largo de la historia, ha servido como una poderosa expresión de libertad. Desde sus orígenes, se ha caracterizado por ser una época de alegría, creatividad y desinhibición, donde las normas sociales se relajan y las personas pueden expresarse de manera más libre.
Durante el carnaval, las convenciones sociales se rompen. Las personas pueden adoptar roles y disfraces que normalmente no son aceptables en la vida cotidiana, lo que les permite explorar diferentes identidades y expresarse en maneras no convencionales.
Es una manifestación de la diversidad cultural. A través de música, danza, teatro, disfraces y desfiles, las distintas comunidades pueden mostrar su herencia, contar historias y celebrar su cultura.
Son mundialmente famosos los de Río de Janeiro, Venecia, Santa Cruz de Tenerife, Veracruz, Cádiz…
Históricamente, el carnaval ha sido una plataforma para la crítica social y política. Mediante la sátira, la parodia y la burla, los participantes pueden cuestionar y criticar el poder y la autoridad sin temor a represalias, al menos en el contexto de la celebración que te envuelve con alegría, te hace reír, te emociona, te libera. Es el amor por la vida, por la risa, por la crítica, por la creatividad, por la tradición… y, sobre todo, por la libertad.
En febrero que la lluvia sea de papelillos que las canciones se canten al viento, como un himno a la vida que nos hace sentir completos, libres y, sobre todo, profundamente vivos
Cándida Santiago






