Faltaban 11 años para que el Bubisher construyera su Nido en la wilaya Dajla y lo llenara de alegría y sonrisas infantiles y adolescentes.
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Corría la primavera de 2007, que viví, completa en los campamentos de población refugiada saharaui, tiempo en el que tuve el privilegio de ser invitado a muchas jaimas en las que mis anfitriones compartieron conmigo té, comida y conversación. Normalmente me esperaban al final del día, cuando afuera la oscuridad ya se había posado sobre el campamento. En el interior de la jaima, a contraluz de un tubo fluorescente, situado en una esquina de la jaima, apenas iluminaba el enjuto rostro de Abdelahe. Abdelahe era, sobre todo, una voz cercana, que recorría tramos de su relato a gran velocidad, interrumpidos con silencios expectantes, sin dejar de trajinar con la tetera y los vasitos, mientras su mujer preparaba la cena. Y después.
– Con 14 heridas y algún fragmento de metralla aún en el cuerpo, probablemente estoy en posesión de un récord a la regularidad, conquistado a lo largo de 15 años de guerra. – resumió, con alguna ironía, el relato de sus largos años de combatiente, que había ido pormenorizando.
No supe calcular su edad. La verdad es que ni lo intenté. ¿Cómo me iba a aproximar siquiera, si estoy acostumbrado a calcularla por años, y no por heridas? ¿A cuántos años equivale una herida de guerra?
Se acercó un niño, al que no había visto, de poco más -¿o menos?- tres años, con el culo y el pito al aire. Recostó su cabecita sobre la pierna de Abdelahe, cubierta por la darráa, y se quedó, si es que no había llegado ya, dormido.
– Es mi nieto pequeño -me informó, Abdelahe.
El abuelo calló por un momento. Liberó su darraá del peso de aquel cuerpecito, lo extendió y cubrió al niño por entero, que dormió amorosamente arropado, quizá sobre una cicatriz.
En silencio, pensé que aquel sueño inocente, abandonado sobre su muslo y protegido por su dará, debía de ser el más dulce bálsamo para sus 14 heridas.
No sé si aquel niño, 11 años después, fue uno de los adolescentes que añadieron vida al Nido de un Bubisher, que acababa de nacer pleno de vida. Quiero pensar que sí y que, sabedor del relato, del que yo fui depositario aquella noche, en él encontró los modos más adecuados, que le prepararon, con la seriedad de los juegos en deportiva competición, y las enseñanzas de historias leídas y contadas, para vivir, dotando de todo su sentido a las 14 heridas, a las que su abuelo sobrevivió. No tanto para vengarlas, como para tener, incorporada a su biografía, la historia de su pueblo.
Fernando Llorente