Se va a acabar el mes y todavía no he hecho los deberes sobre los números que nos ha pedido la “Seño”. Y además, mis compañeros de boletín ya han agotado casi todas las cifras, hasta el cero me ha birlado el amigo Limam; me pasa lo mismo con las rifas del jamón del bar de la esquina, siempre que voy a anotar mis números preferidos, ya están pillados.
Pero, casualidades de la vida, los dioses han puesto esta mañana en mis manos el magnífico poema de la Premio Nobel de Literatura de 1996, la polaca Wilsawa Szymborska, que versa sobre el mágico número π. Y calculadora en ristre, me he puesto a jugar un rato con el número emulando al bueno de Arquímedes. Y me han salido datos muy curiosos:
- si sumamos los cien primeros decimales del número π, (3,1415926535897932384 62643383279502884197169399375105820974944592307816406286208998628) nos da el número de momentos de alegría infantil que este curso pasado se han producido en nuestras bibliotecas.
- si le sumas el siguiente centenar, nos aparece la cifra exacta del grado de compromiso de los voluntarios del BUBISHER para futuros planes.
- si dividimos esa cantidad entre mil, nos aparecen, aproximadamente, los metros cuadrados de sombra que dan los árboles plantados en los patios de nuestros cinco nidos. Y qué curioso,
- si le añadimos las diez siguientes cifras salen (¡de verdad, os lo juro!) el número exacto de palabras de los artículos de nuestro boletín del mes pasado.
Poneos a hacer las cuentas vosotros mismos si no me creéis. Aunque lo mismo me he equivocado, no soy yo precisamente un colgado de la pifilología, que, por si no lo sabéis, es la ciencia de los que juegan a memorizar el máximo número posible de decimales de π, y además, soy de letras.
Ya sé que π es un número mágico y que ha dado mucho juego a los matemáticos, pero a mí el PI que más me gusta es PIscine Patel, y sus aventuras subido en la barca con su íntimo enemigo el tigre de Bengala. El protagonista de “La vida de Pi” nos cuenta dos versiones de su historia, una fantasiosa e increíble y otra realista y cruda, la que le obligan a contar. Como en la película, en el Bubisher nos gustan más las aventuras y los sueños, el realismo y la crudeza ya nos la imponen otros.
¡No, no me lo puedo creer! Cuando acabo de escribir esto son casi las tres y cuarto, o sea, las 3,14.
Javier Bonet