Sonríe mientras hace volar al pájaro de papel. La casa de adobe se desconcha a su espalda. Los cables de la luz cruzan un cielo de textura gris, extraño en el desierto. Se adivina otra mano que atrapa a esa mano; se adivina la alegría, el impulso que tira de ellos hacia adelante, hacia el Nido, por ejemplo, donde posar el pájaro y sus miradas. Esas miradas que anhelan ir más allá de los horizontes de arena hasta alcanzar el mar de sus abuelos. Su mar también, el que les robaron. Ese Nido les permite escuchar otras voces, mirar otros paisajes, cerrar los ojos y soñar.
Un oasis en la espera.
Un refugio en la guerra.
Una biblioteca en el desierto.
Todo eso es el Bubisher, todo eso contiene ese pequeño pájaro de la suerte que da nombre a las bibliotecas saharauis y también ese pájaro de papel construido con las manos de los niños: un nuevo símbolo para la paz. Junto a la paloma del Génesis y la paloma de Picasso, junto a las mil grullas de Sadako Sasaki, este pájaro de papel –el Bubisher– también vuela en nombre de la paz. Y de la resistencia. De la vida y la justicia. Inseparable ya de esa sonrisa y de las manos infantiles unidas en un salto hacia delante.
Mónica Rodríguez