El sol del mediodía ardía sobre las jaimas de la wilaya de Auserd; pero dentro de la biblioteca del Bubisher, el aire se sentía más liviano, lleno del murmullo de páginas que susurraban historias de otros lugares. Aminatu, Salek y Mariam pasaban allí muchas tardes, explorando los libros donados por amigos lejanos en la distancia, pero cercanos en la solidaridad. Personas que quizá nunca conocerían, pero que, de algún modo, ya formaban parte de sus vidas.
Un día, mientras pasaba los dedos por el lomo de los libros en la estantería de cuentos en español, Aminatu encontró uno diferente. Era viejo, con la portada de cartón desgastada y algunas hojas dobladas. Cuando lo abrió, vio algo inesperado: en los márgenes, una letra pequeña y redonda contaba una historia diferente.
«Me llamo Lucía y vivo en Santander, en el norte de España. Desde mi ventana veo el mar todos los días. Me gusta imaginar cómo sería vivir en un lugar donde nunca lo haya visto. Cuando sea mayor, quiero viajar y conocer el desierto, porque creo que debe parecerse al mar, pero sin agua…»
Aminatu sintió un escalofrío. Nunca había visto el mar, pero en las palabras de Lucía pudo imaginarlo: infinito, azul, con olas que murmuran como el viento en las dunas.
Intrigados, ella y sus amigos siguieron leyendo. Lucía hablaba de su escuela, de sus amigos, de su sueño de ser escritora y de cómo había donado ese libro con la esperanza de que alguien lo encontrara y le escribiera de vuelta.
Esa noche, Aminatu no pudo dormir. Pensaba en Lucía y en su sueño. ¿Sería posible que el mar y el desierto fueran hermanos? Al día siguiente, con una libreta que le prestó el bibliotecario, comenzó a escribir su respuesta:
«Hola, Lucía. Acabo de encontrar tu nota en el libro que nos enviaste a los niños saharauis. Muchas gracias. Es un cuento muy bonito.
Me llamo Aminatu y nunca he visto el mar, pero creo que sí, se parece al desierto. Aquí el viento también canta y las dunas cambian de forma como las olas. Me gustaría que un día vinieras a verlo con tus propios ojos y que me contaras si el mar es tan bonito como en los cuentos… Yo, por mi parte, te enseñaría a andar descalza y a rodar, o mejor aún, a surfear las dunas.»
Con ayuda de su maestra, enviaron la carta a la dirección que Lucía había dejado al final del libro. El bibliotecario se comprometió a ponerle sello y enviarla por correo nada más llegar a España. Y así, entre el desierto de la Hamada y el mar Cantábrico, comenzó una amistad tejida con palabras, sueños y la magia de los libros del Biblobubisher.
B.Lehdad.