LA HAMADA ES UN ORGANISMO DURO

La hamada es un organismo duro. Un cuerpo de arena, piedras y rocas. Sin adornos. A veces, aunque no haya tormenta de arena, el viento teje una membrana de partículas que cubre todo el campamento.

La mayoría de los niños saharauis pasan muchas horas a la intemperie y sus cuerpos sin apenas protección, también se vuelven duros en sintonía con la hamada. Duros y al mismo tiempo son espíritus imaginativos y alegres.

Es la hora del ocaso y hay tres niños jugando a cielo descubierto. El sol sigue acribillando con sus rayos el vecindario. En la línea del horizonte parece dibujarse un plano inquietante: ¿qué es aquello de color amarillo brillante? Pregunta el niño que está subido encima del montículo de piedra. Es como una ola gigante de lava que viene a derretir el mujaiam. ¿O será seil, el rio de barro que traga casas, personas y coches?…

¿Qué será? ¿Qué será? Responde intrigado su amigo.

En los gestos corporales de los dos niños se percibe más preocupación que curiosidad, mientras que el tercero que nos mira está en otra honda, la onda de la alegría.

También la hamada es eso: mensajes en distintas frecuencias. Alegría y tristeza. Sueños y cruda realidad. Calor extremo y frío. Luz y sombra. Corrales y espacios abiertos. Tormentas de arena y cielos nocturnos sembrados de estrellas. Espíritus nómadas en cuerpos cada vez más sedentarios. Coches nuevos y muchos viejos, desguazados del norte, viven en el mujaiam una nueva infancia y juventud.

La hamada erosiona todos los cuerpos y deja el alma hecha jirones. Acaso no es eso lo que ha pasado (y sigue pasando), a este pueblo nuestro, que lleva cincuenta años de espera y sufrimientos. Hasta cuándo.

Son los niños y niñas del mujaiam los que ablandan la hamada con sus juegos y alegrías.

Mientras sigan jugando y leyendo, hay esperanza.

 

Limam Boisha

 

 

 

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