
¿Dónde lo he leído? “En el mar de arena no se abandona a nadie”. Tampoco en la hamada. Este contraste entre la sombra y el pequeño destello de luz es el vínculo entre dos esperas. No es la logística. Es la tenacidad y la astucia. Para atravesar las fronteras ficticias trazadas por las potencias coloniales. Para sortear las minas antiguas y los déspotas modernos. Para traer amoxicilina. Para llevar lápices de colores o libros a las bibliotecas. O pasta de dientes, o atún en escabeche.
El conductor saharaui es el sacerdote que oficia esta ceremonia mágica de llegar a un sitio casi sin referencias. Y como tal sacerdote administra los silencios, las palabras y la ceremonia del viaje incierto.
A veces duerme en una estera junto a la rueda delantera izquierda como si estuviera cerca del ronzal del camello moderno o pone la música que cree adecuada a tu país de procedencia.

Este vehículo puede estar conducido en la actualidad por Hassanna, deidad de mantenimiento y coordinación del Bubisher dotado de todas las cualidades de la energía cinética.
O hace sesenta años por mi amigo Zappar uld Moulud que nos llevó a la hamada en un Land Rover. Allí estuvimos tomando el té en una planicie pedregosa en la que las sombras de las piedras iban creciendo con el atardecer con una nitidez tan intensa que eran más visibles que los objetos que las proyectaban.
De regreso a El Aaiún, uno de los viajeros se percató de que al sentarse en el suelo había perdido la cartera. Zappar le tranquilizó y un mes después, cuando fue posible conseguir otro vehículo, condujo exactamente hasta la pequeña piedra donde aquel viajero distraído había perdido sus documentos.
Del mismo modo en que los pájaros llegan, desde la lejana Europa, a beber en las charcas de la Sequia el Hamra.
Emilio Sánchez Blanco






