Sobre el desierto pedregoso, descalzos, juegan. No los oímos, pero están ahí: sus risas, sus voces. Es fácil imaginarlas. Todos los niños del mundo hacen el mismo ruido al jugar. En un patio del colegio, en el largo exilio del desierto, sobre un edificio destruido en Gaza. Quizás, después del juego, callan, abren los ojos asustados o hambrientos, pero mientras juegan no existen sino esa voces, sus risas. Las vidas imaginadas.
Los niños saharauis juegan. Los sentimos reírse, contar a gritos, retarse. Echar a correr en el instante siguiente de la foto –tú eras el caballo y yo el jinete– y se persiguen y combaten para después dejarse caer, sofocados, en el patio de la biblioteca del Bubisher. Asombrados, contemplan el milagro de un pájaro, de una talha, de un libro. Y entonces, el silencio. Ese silencio donde resuenan las risas y las voces de su infancia. Un silencio feliz, a pesar del exilio. Ojalá todos los niños del mundo tuvieran un Bubisher al que acudir.
Gracias a los que lo hacéis posible.
Mónica Rodríguez