CERO

Podemos prescindir del pan, de la carne, del té o del café, y el mundo seguiría  funcionando, pero del cero, ¿podríamos prescindir del cero?

Qué haríamos si de repente se materializara un episodio como el narrado por García Márquez en Cien años de soledad, donde Macondo es invadido por una peste del insomnio, donde la enfermedad provoca que los habitantes del pueblo pierdan la memoria de las cosas, luego se intensifica hasta el punto de que olvidan los nombres de los objetos y las palabras mismas, y se ven forzados a poner etiquetas a todo lo que les rodea para poder recordarlo.

Qué pasaría en la actualidad si una peste parecida afectara solo a la palabra cero y esta desapareciera de todas las lenguas, de la memoria de todas las personas y de las capas de todo tipo de pieles. Si se esfumara de los diccionarios, de los libros, de los muros, de las obras de arte, de la música, del deporte, de los móviles, de los ordenadores, de las nubes de las grandes tecnológicas, de los satélites y fuera tragada por la amnesia del infinito vacío. ¿Cómo sería vivir y trabajar sin el cero?

No todo está perdido, dirán algunos. Podríamos viajar a pie y los más afortunados a lomo de caballos, burros, camellos u otros animales. Pero, qué pasaría si dejaran de funcionar los trenes, los aviones, las gasolineras y los bancos. Ay, sobre todo los bancos. ¿Os imagináis el grado de histeria mundial cuando la liquidez de los depósitos bancarios, de ricos y pobres, se evaporara de esas casas de papel y la quiebra dejara a los cajeros automáticos en simples agujeros desnudos sin ningún valor? ¿Cómo nos las arreglaríamos para seguir viviendo en este planeta sin el cero?  Tan poderosa ausencia provocaría, como mínimo, una hecatombe de residuos electrónicos. Y todo sería por culpa de un minúsculo círculo, que, a fin de cuentas, no vale nada.

Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno son ceros que están girando y tomando el sol (otro cero) en la Vía Láctea, que no es más que un remolino en el Universo.

La luna llena es un hermoso cero. Pero el cero también representa a objetos comunes y modestos como puede ser un botón, una rueda, un anillo, un plato o una olla vacía.

Cero era la Hamada hasta que los refugiados saharauis la llenaron de jaimas, casitas de adobe y ansias de libertad.

Cero bibliotecas había en el Sáhara hasta que en 2008, llegó al campamento de Smara el primer bibliobús, y esa ausencia se pobló de más bibliobuses y más nidos. Más ceros y ceros.

Cero empatía y humanidad es un círculo oscuro que ahora envuelve al mundo ante el genocidio en Gaza.

Y si está claro que el cero es imprescindible en nuestra vida actual, también lo es, la justicia, por la que, hoy más que nunca, hay que pelear.

Liman Boisha

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