VACACIONES EN PAZ

 

El avión aterriza a las siete de la mañana y de sus tripas empiezan a salir, uno tras otro, cerca de doscientos niños de caras morenas y miradas serias. No hace falta esperar a la cinta que voltea las maletas, traen consigo todo el equipaje. El silencio sobrecoge.

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Una, dos horas más y sus pocos años tendrán que enfrentarse a una forma de vida tan alejada de la suya, que el estómago se les enreda, la garganta se niega a responder y las lágrimas, enormes y silenciosas, comienzan a hacer surcos en sus mejillas.

Acaban de comenzar unas vacaciones de ensueño en un mundo plagado de lujos inimaginables, un mundo en el que microondas, lavadoras o frigoríficos están tan integrados en el paisaje cotidiano que a penas se les presta atención, donde el agua mana de cisternas, grifos y duchas sin que a nadie le sorprenda. Un espacio interior insertado en espacios exteriores en los que los niños juegan en los parques, nadan en las piscinas, tiene bicis patines, balones, raquetas, cubos, palas y cientos de maquinitas que manejan como manejan la cuchara para comer.

Y ellos, que viven en otra realidad, miran extasiados a su alrededor y, a ratos, el miedo a lo desconocido deja su espacio al deseo de conocer, de aprender, de preguntar.

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Pero, cuando la noche cae, miran al cielo y sienten que se ha encogido, que se ha apagado, que está muy lejos su casa y el abrazo de sus padres, el sueño compartido sobre unas esterillas de las que no te puedes caer, las viejas leyendas que cuentan los abuelos en el único idioma que entienden. Y la soledad pesa tanto que buscan en la ventana un punto de fuga. Y de nuevo las lágrimas. Y de nuevo el miedo.

Es el momento en el que su familia de acogida les hace el mejor regalo que puedan recibir a lo largo de toda su estancia: Un beso, una caricia, un no te preocupes, te entendemos. Una mano apretando la suya hasta que el sueño les rinde.

Poco a poco, el tiempo, ese gran corredor de fondo, va saltando obstáculos y la alegría de la que son portadores comienza a desparramarse por todos los rincones de la casa, sus travesuras empiezan a hacer acto de presencia, su angustia inicial se transforma en movimiento continuo. Y todo lo tocan y todo lo miran y todo lo aprenden a dentelladas de entusiasmo. Se ha roto el cerco de la angustia y fluyen sin límites sus ansias de vivir.

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Dos días, uno. El tiempo se agota y hay que regresar. Las lágrimas cambian de ojos y el nudo de garganta. Atrás quedan dos meses en los que hemos aprendido a trenzar lazos de afecto que difícilmente se podrán romper, momentos plasmados en fotos que miraremos con nostalgia.

Pasarán tres largas estaciones y, por fin, otro verano. Otras Vacaciones en Paz.

2 respuestas a VACACIONES EN PAZ

  1. Un buen escritor trasmite los sentimientos de muchas familias. Gracias

  2. Hoy que hace un día que se ha ido mi niño Hadía, leo esto y me pongo a llorar, en verdad la lagrimas cambian de ojos, pero son lagrimas de amor de felicidad y ganas de volver a ver su carita, oir su risa y de ver comerse un helado, que a mi me parecia contemplar la imagen de la felicidad. Cuanto te echo de menos……………

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