PASAR POR EL ARO

Es un día cualquiera, las niñas juegan. Los pies descalzos, menudos, se llenan de arena. Solo una lleva zapatos, otra espera su turno en calcetines. La que tiene el aro pasa por él. Al fondo, dos niños, sujetan sus propios aros y saltan. Es un juego. Hay quietud, espera, coletas de lazos rojos, energía a punto de estallar. Nada existe si no es el juego o la espera del juego. Es la infancia detenida al borde del salto, la seriedad de la diversión, la expectación del vértigo. Pasar por el aro es su juego, pero es solo eso: un juego. Y cuando se acabe, correrán hacia ese horizonte de arena, llenos de sueños. Ese horizonte que nosotros sabemos cerrado para ellos, los saharauis, y levantamos la vista del móvil o del ordenador y encogemos un poco los hombros mientras pasamos por el aro. Y no es un juego.

Mónica Rodríguez

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