Tres niñas, tres mochilas, tres árboles. Ha entrado el otoño, es el mes de las moscas. Una brisa suave espanta el calor del verano. La luz ya no hace daño a los ojos y se filtra casi azulada entre las hojas de las acacias. Es temprano y las tres niñas van solas al colegio. Hace un rato los dedos de su madre trenzaban sus cabellos, se posaban amorosamente en sus cabezas para sacudir después las moscas –pesadas, lentas– mientras ve alejarse a sus hijas, apoyada contra la pared de adobe. Las niñas saltan las cuerdas que sujetan las jaimas cercanas, corren por la explanada pedregosa, con restos de bolsas de plásticos, ruedas, papeles. Tienen que cruzar los muros de adobe de la casa que las últimas inundaciones han derruido. Van solas, decididas. Contentas por juntarse con otras niñas y escuchar a la maestra hablar de lo que hay más allá del desierto, más allá de esa línea de arena que se funde, recta, con un cielo amarillo. Azul cobalto al atardecer, negro y luminoso de noche. Vacío. Un muro invisible que las separa del resto del mundo.
Cruzan la casa de adobe destruida, los árboles verdecidos. Quizás una de ellas juegue a que al otro lado de aquellos muros está el mar.
–¿Y cómo es? –pregunta la más pequeña.
–¿El mar? Ahora lo vas a ver.
Y sí, allí está, espléndido y poderoso. Salado. De un azul cambiante tan parecido al cielo que es como el cielo mismo. Entre las tres acercan una barquichuela halando una cuerda. Se suben, reman. La más pequeña no puede cerrar la boca del asombro. Por allá salta un delfín, bajo la madera picotean los peces. Allí, un pescador saca sus redes del agua, chorreando espuma. Más lejos, las gaviotas.
No tardan en llegar a la otra orilla. Bajan y empujan la barca mar adentro. La ven alejarse y el mar desaparece y las gaviotas son ahora molestas moscas que se posan en sus trenzas, en la comisura de sus bocas. La maestra les pregunta por qué vienen tan sofocadas, ellas se ríen. Después, al atardecer, seguirán soñando en las bibliotecas del Bubisher. Allí también hay mares y pájaros. El horizonte cabe en la palma de la mano, dentro de un libro. Ellas lo saben. Y también que un día conocerán ese mar que se abre ante ellas, camino al colegio, en el mes de octubre, el mes de las moscas. Nadie puede con el sueño de tres niñas, eso piensan. Y nosotros las miramos correr dentro de la foto con sus tres mochilas, y no hay mar y está el desierto repleto de basura y los muros derruidos, donde se acumulan los escombros.
Mónica Rodíguez