FANTASÍAS DE ARENA 1

Como si fuera una historia injusta y verdadera, esta sucede a principios de la era Zhan, al oeste del gran río Rojo, en la frontera entre las tierras oscuras del príncipe Arvín y el reino excavado de los Órmuth.

Cuenta el viajero tuerto que la frontera es una línea de incontables leguas, imaginaria y fina pero tenaz como el berrinche de un niño emperador apenas ignorado. Esa línea cruza las arenas como el viento de la noche, sin dejar casi huellas y por eso nadie sabe con exactitud dónde se encuentra.

Los que viven allí no tienen tierra, no poseen el agua ni los cantos rodados, ni el cielo gris que tiñe la calima. Ni siquiera es suya la temperatura que lo abrasa todo como una fértil fragua de carbón iracundo.

Así está escrito, por hombres que tienen nombre y apellido, en el papel de lija del último Tratado, y así es refrendado por los dioses cada vez que se reúnen en su pradera roja.

Pero estas gentes, dice el viajero tuerto, sí son dueños de algo porque nada dice el Tratado sobre la memoria, sobre la esperanza ni sobre la noche.

En la memoria guardan el tesoro herrumbroso de la identidad; en la esperanza guardan unos granos de azúcar con que distraer el hambre voraz de la injusticia que acecha a cada paso; y en la noche guardan los relatos de millones de estrellas que cierran el desierto por la parte de arriba.

Demasiada poesía -era entonces y sigue siendo hoy- para un tratado al que poco le importa el pueblo invisible que sigue al ónix.

Como si fuera una historia injusta y verdadera, esta sucede a principios de la era Zhan. Cuando el mundo aún respiraba por los bosques y selvas.

Guardaos del letargo de las serpientes dormidas, advierte el viajero tuerto, y del delirio de los poderosos.

Ana Rojas (@anotto)

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Pablo Escribano (@pabloescribanoibanez)

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Juntos son @novelistos

 

 

 

 

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