LO QUE NO SE VE NO EXISTE

Iba con Poe, mi perro, paseando por las Vistillas. No era ni de día ni de noche y una luz tenue se volcaba sobre los tejados en sombra. Bajo las acacias, en el retal del césped, unos chicos fumaban, bebían. Una mujer caminaba de la mano de una niña. Al pasar al lado de los muchachos, dijo: “No mires, lo que no se ve no existe”. Y se perdieron parque adentro, caminando deprisa. Esa frase se quedó en el aire, sacudió las hojas, me sacudió. “Lo que no se ve no existe”. Solo vemos lo que miramos y la niña no miró. Los escritores obligamos a mirar. Ese es nuestro papel, enfocar la mirada. También lo hacen los medios de comunicación, las redes sociales. El algoritmo. Ellos dirigen nuestros ojos, vemos lo que quieren. Silencian lo que les interesa.

Pero ahora incluso está pasando algo más terrible. Miramos y no vemos. Nos acostumbrados a las imágenes y permanecemos impasibles ante ellas. Como esa humedad que lleva tiempo oscureciendo el techo, y que ya no vemos. Acostumbrarse al horror de Gaza es también un horror. Acostumbrarse a la barbarie es otra barbarie.

Y en medio de nuestra impasibilidad otros conflictos pasan desapercibidos, no se ven porque nadie vuelve hacia ellos la mirada. Hace mucho que solo unos pocos miran al desierto del Sahara, a los campamentos de refugiados, que este año cumplirán 50 años en el exilio. No lo hacen los gobiernos, no lo hace la prensa. Pocos los ven y los conocen, pero los que han mirado y siguen mirando hacia allí han conseguido cambiar su realidad. Los muchos ojos del Bubisher no solo han mirado sino que han hecho. Han transformado el desierto en un vergel: jardines y bibliotecas para que los saharauis también vean más allá del horizonte de piedras. Del sol ardiente que les quema la vista.

De las tormentas de arena impasibles que todo lo cubren. Del olvido y el silencio que son peores que la piedra y el sol y las tormentas. Ellos también existen, volvamos hacia allí nuestros ojos.

Que nadie nos dirija la mirada.

Que no deje de conmovernos lo que vemos.

Que la impasibilidad no nos devore.

Mónica Rodríguez

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *