UNA LECCIÓN DE RESISTENCIA

Cuando aquí se empieza a polemizar sobre la temperatura a la que tenemos que poner los termostatos de nuestras calefacciones o aires acondicionados, cuando la iluminación de los escaparates y de las ciudades en periodos festivos pasan a ser dardos políticos, no estaría mal que miráramos hacia la dura hamada en la que viven miles de saharauis. El frío intenso de las largas noches de invierno se cuela por las rendijas de las puertas y ventanas de los beit y atraviesa sin dificultad las telas de las jaimas. Los más de cincuenta grados del verano convierten en hornos las viviendas y en el exterior el sol literalmente abrasa. Algunas bombillas iluminan los caminos principales que unen las diferentes dairas, aunque las linternas, como si fueran luciérnagas, se mueven en la oscuridad que habita entre las casas a las que se llega por caminos de piedras sueltas. Y en estas precarias condiciones, desde los bebés hasta los ancianos, resuelven sus vidas con el coraje que les caracteriza . Contra el frío, mantas y toda la ropa de abrigo que puedan conseguir. Contra el calor, quietud y paciencia. Y no hace falta que las tiendas estén superiluminadas y las calles llenas de farolillos. Se compra lo que se necesita en los establecimientos que ya todos conocen.

 

Una mirada hacia los campamentos nos puede venir muy bien en estos tiempos convulsos. Y, de paso, apostemos por la solidaridad y la empatía y no por absurdos enfrentamientos que solo ocultan intereses partidistas.

 

 

 

 

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